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  • Laura Mejía y Nicolás Hernández-Díaz

Cinismo ambiental: negacionismo, desvergüenza y maldad

Actualizado: 1 sept 2022

En el marco de la COP 26 llevada a cabo en Glasgow, Escocia, Iván Duque representó a Colombia y tuvo un papel fundamental para posicionar el país como líder en temas ambientales. El mandatario se presentó a sí mismo como líder en la lucha contra el cambio climático, y resaltó las labores de su gobierno, particularmente del Ministerio de Ambiente. Hace algunos meses el ministro de ambiente Carlos Eduardo Correa aseguró en una entrevista con la agencia EFE que Colombia no es un país peligroso para defender la naturaleza. Asimismo, el ministro resaltó las labores del gobierno de Duque en materia de políticas para el medio ambiente y en contra del cambio climático[1]. Ante las declaraciones de Duque, el senador Iván Cepeda Castro publicó el siguiente trino:

“El culmen del cinismo es escuchar a Duque presentándose como líder de la lucha contra el cambio climático. El único liderazgo que ostenta, vergonzosamente, es el de presidente del país donde más asesinan auténticos defensores ambientales. No charlatanes”[2].

Como bien sostiene el trino, Colombia es el país con más asesinatos de líderes ambientales. Tan solo en 2020, fueron asesinados 65 líderes ambientales, según señala un informe de la ONG Global Witness. Por otro lado, el presidente tuvo que ser escoltado a la salida de la cumbre en Glasgow debido a que múltiples activistas ambientales colombianos le reclamaron por la demora de la firma del acuerdo de Escazú. Ante las críticas, Duque salió huyendo con sus escoltas y no dijo nada más que “ha sido un año en el que hemos avanzado históricamente”. Por su parte, Juan David Galvis, en una columna para Diario del Sur, caracterizó la actitud de Duque como cínica e hipócrita en el marco de la COP 26. En palabras del periodista,


“es hipócrita y cínico hablar del cuidado del medio ambiente en Colombia cuando nuestros gobernantes nacionales priorizan el dinero y sus intereses particulares por encima de la flora y la fauna que abunda en nuestra geografía nacional”[3].

Así, tanto la actitud del ministro como la de Duque parecen desconocer, negar, o esconder una realidad: en Colombia ser líder ambiental representa un peligro para la vida, y el gobierno no tiene entre sus prioridades los temas medioambientales, tales como la firma del acuerdo de Escazú. Esta actitud, sostienen Galvis y Cepeda, es cínica.


La noción de cinismo ha entrado con fuerza en los debates contemporáneos sobre cambio climático. Muchos científicos y activistas medioambientales han abogado por reemplazar el concepto de escepticismo climático por el de cinismo climático. El trino de Iván Cepeda es un buen ejemplo para caracterizar uno de los nuevos usos del término “cinismo” en estos debates. Sin embargo, no existe un consenso sobre la forma de usar el término, pues es utilizado para caracterizar figuras y actitudes diversas. En este ensayo nos interesa analizar algunos de los usos del “cinismo” en los discursos sobre el cambio climático, con el fin de caracterizar con precisión esta actitud a la que se enfrenta el activismo ambiental


§ I: Escepticismo y negacionismo


La actitud de Iván Duque puede ser caracterizada –de forma general– como un inactivismo ambiental, pues su agenda parece ser contradictoria: se hace llamar líder de la lucha por el ambiente, pero da luz verde al fracking y es incapaz de garantizar la seguridad de los líderes ambientales. En el espectro del inactivismo ambiental, la desconfianza en la realidad y urgencia del cambio climático [negacionismo ambiental] es, de lejos, el más estudiado en las humanidades ambientales[4]. Vale la pena caracterizar ambas actitudes [el negacionismo y el cinismo] para poder distinguirlas. Esta distinción es útil en la medida en que sirve para entender por qué no todo cinismo se funda en un negacionismo climático. Sin embargo, ella no busca ser discreta, pues encontramos que muchas veces las dos actitudes se sobreponen y no pueden ser separadas completamente.


La primera actitud, en que se duda o desconfía de la existencia o urgencia del cambio climático, de entrada presenta dificultades en ser nombrada. Una primera intuición nos puede llevar a llamarla escepticismo ambiental, pues así se denominan a sí mismos quienes participan de esta actitud[5]. Los escépticos ambientales poner en cuestión tres aspectos del discurso de los expertos del cambio climático[6]. 1) Buscan mostrar que la tierra no se está calentando. 2) Sostienen que el cambio climático puede no tener su origen en la intervención humana. 3) Sugieren que las posibles consecuencias de la elevación en las temperaturas no son tan catastróficas como los expertos sugieren. A menudo estas son afirmaciones que apuntan a construir una contranarrativa que sugiere que el aparato epistemológico de la ciencia no da cuenta de la realidad. Por ejemplo, Lomborg, politólogo reconocido por presentar la formulación más robusta de un escepticismo ambiental, señala que creemos en lo que dicen los científicos climáticos no tanto porque sus teorías estén bien fundadas, sino porque estas interactúan con creencias que ya tenemos. En sus palabras:


“We know that the environment is not in good shape. This is also why it has been possible for people to make erroneous claims [...] without needing to provide the evidence to authenticate them. For that reason, we also tend to be extremely skeptical toward anyone who says that the environment is not in such a bad state”.[7]

Como ya lo decíamos anteriormente, algunos de los argumentos de quienes se llaman a sí mismos escépticos giran en torno a probar que la tierra no se está calentando, que el cambio climático puede no ser antropogénico, y que los efectos del incremento de la temperatura promedio del planeta no es realmente un problema. Ahora bien, estos argumentos no son escépticos y en ellos se puede ver cierto grado de dogmatismo. Por ejemplo, cuando los negacionistas[8] afirman que la tierra no se está calentando su “evidencia” solo reconoce parcialmente los datos científicos, o no presentan evidencia científica en absoluto . Por ejemplo, muchos negacionistas argumentan que el calentamiento global no es real ya que hay zonas que no se están calentando; no obstante, la evidencia científica reconoce el calentamiento promedio de la tierra. Un claro ejemplo de este tipo de negacionismo se evidenció en el gobierno de Donald Trump. El enero 20 de 2019, Trump publicó el siguiente trino:


“Be careful and try staying in your house,” he said. “Large parts of the Country are suffering from tremendous amounts of snow and near record setting cold. Amazing how big this system is. Wouldn’t be bad to have a little of that good old fashioned Global Warming right now!”[9][10]

Lo que vemos en este trino es un tipo de ironía que produce duda y que toma datos descontextualizados para justificar la ausencia del calentamiento global. Si bien el invierno de hace dos años fue uno de los más severos registrados en mucho tiempo, esto no niega la existencia del calentamiento global. Por el contrario, los eventos de temperaturas excepcionalmente bajas también pueden ser atribuidos a un nuevo régimen de extrañeza climática producido por el calentamiento promedio de la temperatura del planeta.


Muchos conceptos son usados para hablar del negacionismo climático: duda, contrarismo, anti-ciencia y escepticismo. Ahora, como bien sostienen K.E. Bjöornberg et al, “escepticismo” no debe ser uno de ellos. El escepticismo guarda cierto valor en la historia de la filosofía y es, en cierta medida, epistemológicamente deseable. En su sentido más básico, el escepticismo parte de un ideal investigativo, es decir, la duda sirve como apertura a una investigación que se resiste al dogmatismo. Peter J. Jaques retoma dos sentidos del escepticismo en la historia de la filosofía. “Por un lado, un sentido Cartesiano que desautoriza cierto conocimiento, y por otro lado, un escepticismo antiguo que desautoriza la creencia como fuente de conocimiento”[11]. Como bien sostiene el autor, el llamado escepticismo ambiental no parte de ninguna de estas comprensiones. En lugar de dudar, el negacionista desconfía de las instituciones. Acá está la principal distinción entre el negacionismo y el escepticismo. Llamar a esta actitud escepticismo ambiental presenta un problema, pues justifica epistémicamente una actitud que realmente no es escéptica. Nos interesa argumentar, entonces, que en el negacionismo ambiental hay un tipo de dogmatismo que impide que este sea llamado escepticismo. Este dogmatismo toma la forma de la desconfianza, una que parte de la creencia de que la ciencia miente, no revela la verdad o nos manipula en favor de ciertos intereses.


Una de las formas en las que opera el negacionismo es por medio de la promoción de la duda, sin un interés investigativo real, a partir de la desconfianza. Por lo general, el negacionista pone la carga de la prueba en los científicos, mientras que él simplemente produce desconfianza. Ahora, lo que muchos científicos promueven para contrarrestar el efecto del negacionismo es una inversión de la carga de la prueba, es decir, que aquellos que dudan del cambio climático aporten evidencia a sus postulados; en otras palabras, obligar a los “escépticos” a investigar. Mientras el negacionista no tenga interés investigativo, este no puede ser un escéptico realmente. Lo que vemos en el trino de Trump, que juega con la ironía y la desconfianza, es un tipo de desinterés investigativo en el que se desconoce la evidencia científica sin evidencia que la pueda contrarrestar. Así, es claro por qué muchos ambientalistas abogan por el uso de negacionismo en lugar de escepticismo para referirse a esta actitud.


§ II: El cinismo ambiental


Hasta ahora hemos ofrecido un esbozo de una actitud en el espectro del inactivismo: el negacionismo climático. Esta actitud, ante todo, se caracteriza por sugerir razones para sospechar del discurso de los científicos y, de esta forma, opera a través de un dogmatismo de la desconfianza. Ahora, también nos interesa esbozar y caracterizar una segunda actitud en este espectro: el cinismo ambiental. Para cumplir este objetivo vale la pena preguntarse si el negacionismo ambiental parte de la desinformación, o si simplemente parte de la creencia de que los científicos mienten. Esta es una distinción interesante para separar el negacionismo de cierto cinismo[12].

Bien sea por desinformación o por desconfianza, los negacionistas desconfían del discurso de los científicos. El cinismo parece dar un paso atrás, pues este ya no desconfía tanto del discurso de los científicos, sino de los intereses que lo subyacen. El cínico, más que negar el cambio climático, toma una cierta actitud frente a la ciencia que nos interesa caracterizar en esta sección. Ahora, con esto no queremos decir que no haya algo de cinismo en el negacionismo. Como podemos ver, el trino de Donald Trump revela que esta distinción en la vida real es difusa. Lo que queremos es reconocer que no todos los negacionistas son cínicos y no todos los cínicos son negacionistas. Asimismo, buscamos reconocer que el cinismo tiene diversas acepciones en los discursos ambientales y es importante, para complejizar la discusión en torno al cinismo contemporáneo, atender a estos matices.

El cínico, como ya lo decíamos antes, parece desconfiar de los intereses de los científicos. La filósofa Samantha Vice define el cinismo como una actitud de desinterés que parte de una desconfianza en la humanidad y es adoptada como respuesta a la creencia de que los seres humanos son naturalmente egoístas[13]. Así, vemos que la actitud cínica se funda en la desconfianza de las “buenas intenciones”. Esta se traduce, en el cinismo ambiental, en la desconfianza de las intenciones del científico. Capella y Jamieson, en un libro que piensa la relación entre los medios de comunicación y la actitud cínica, presentan una definición de cinismo que es cercana a la presentada por Vice:


The OED defines a cynic as "a person disposed to rail or find fault; now usually: one who shows a disposition to disbelieve in the sincerity or goodness of human motives and actions, and is wont to express this by sneers and sarcasms; a sneering fault- finder”[14]

Esta definición retoma la misma idea que ya esbozaba Vice, a saber, que el cínico desconfía de la sinceridad, de las buenas intenciones y, en el caso particular de los cínicos ambientales, de los científicos que hablan sobre el cambio climático.


El cínico, entendido de esta forma, se manifiesta en relación con el negacionismo climático a través de la desconfianza sobre las intenciones de los científicos. Dichas intenciones toman, al menos, dos formas distintas. La primera es descrita por Naomi Oreskes en su estudio de la producción de ignorancia por parte de la ciencia corporativa[15]. En este contexto, el cínico pretende exponer al científico como alguien que pone en detrimento su investigación con miras a recibir dinero y fama por sus investigaciones. El cínico, entonces, acusa (paradójicamente) de cinismo[16] al científico en la medida en que este actúa desvergonzadamente. La segunda forma parte de entender al científico no solo como quien investiga la naturaleza, sino como alguien en cuyos hombros descansa la responsabilidad de guiar a la sociedad en la empresa del progreso. Bajo esta caracterización, los avances de la ciencia no necesariamente obedecen a un ejercicio de descripción del objeto estudiado, sino a la necesidad de justificar una forma particular de gobierno. En esta dirección apuntan Jaime Semprun y René Riesel:


En todos los discursos del catastrofismo científico se percibe nítidamente una misma delectación a la hora de detallarnos las imposiciones implacables que pesan a partir de ahora sobre nuestra supervivencia. Los técnicos de la administración de las cosas hacen cola para anunciar con aire triunfal la mala nueva, esa que vuelve por fin superflua cualquier disputa sobre el gobierno de los hombres.[17]

En este argumento la conceptualización de la crisis ambiental pasa a ser entendida como la construcción de un estado de excepción que limita las libertades individuales. En el contexto de la crisis ambiental el conocimiento científico, como advierte Latour[18], deja de ser algo que únicamente busca entender su objeto de estudio y pasa a prescribir una respuesta a la situación. El cínico ve esto y llama la atención de forma crítica sobre el rol que adquiere el científico. Así, merece la pena resaltar la ambivalencia del cinismo contemporáneo que reconoce Vice[19]. El cinismo nos parece atractivo en esta capacidad crítica y emancipadora, pues parece poner en evidencia al científico y su agenda política. Sin embargo, también nos parece problemático en la medida en que esta actitud nos desvía del reconocimiento de la urgencia del problema que anuncian los científicos.


Una segunda acepción[1] [2] del cinismo que vale la pena analizar se refiere a la inacción producida por la creencia de que no se puede hacer nada respecto al cambio climático. Este cinismo no es negacionista de la ciencia, pues reconoce que el calentamiento global es real. Este fue caracterizado de forma clara por Sloterdijk en Crítica de la razón cínica, cuando sostiene que el cínico “es un integrado antisocial que rivaliza con cualquier hippy en la subliminal carencia de ilusiones”[20]. Este cínico carece de cualquier tipo de esperanza y responde a la ingenuidad de su tiempo con condescendencia, probando que él no es idiota ni naïf. Así, este cínico se cierra a las posibilidades de cualquier tipo de transformación, y su acción se traduce en la inacción. Este es, quizás, el cínico más comprometido con la apraxia.


Donna Haraway retoma algunos elementos de este cinismo en su libro Staying with the Trouble. Ahí, la autora describe al cinismo de la siguiente manera:


“[...] a position that the game is over, it’s too late, there’s no sense trying to make anything any better, or at least no sense having any active trust in each other in working and playing for a resurgent world. Some scientists I know express this kind of bitter cynicism, even as they actually work very hard to make a positive difference for both people and other critters”[21].

Aquí, es interesante que ella sostiene que son algunos científicos quienes expresan este tipo de cinismo. Esto vale la pena resaltarlo, pues a lo largo del texto nos ha interesado un tipo de cinismo reaccionario frente a la ciencia, pero este parece manifestarse en algunos científicos. En los discursos ambientalistas, este tipo de bitter cynicism se manifiesta en la forma de un cierto catastrofismo que no ve salidas de la crisis ambiental, pues considera que ya nada puede hacerse o que ya es muy tarde.


Una última acepción del cinismo se ve reflejada en los primeros ejemplos de Iván Duque y el ministro de ambiente. Lo que ahí vemos es un tipo de desvergüenza insolente. En estos ejemplos se ve reflejada un tipo de “sonrisa malévola” que posa de sensatez y grandilocuencia, pero en realidad esconde una profunda hipocresía. Ni el ministro ni el presidente son negacionistas del cambio climático, de hecho, este fue una parte central de la agenda del gobierno, no obstante, encontramos una brecha entre el discurso y la acción que refleja realmente una falta de atención a los temas ambientales. En este ejemplo, lo que genera profunda incomodidad es el hecho de que el presidente se muestra comprometido con frenar los efectos del cambio climático ante los medios internacionales, cuando en realidad las políticas en torno a la protección de líderes ambientales han sido nulas, se ha insistido en dar continuidad a la aspersión con glifosato, aprobar los pilotos de fracking y ha dilatado la firma del acuerdo de Escazú.


Ahora, otra forma que toma el cinismo desvergonzado e insolente está en el discurso de Donald Trump. Este discurso parece alinearse a su vez con un negacionismo de la ciencia, por lo que acá, de nuevo, se hace difusa la distinción entre cinismo y negacionismo. Ahora, hay algo que sí es claro de este trino, cuando sostiene que desearía un poco de calentamiento global, y es que hay un tipo de desvergüenza que desconoce los efectos del calentamiento global. Como bien sostiene Sloterdijk, este cinismo muestra “señales que dan testimonio de una radical ironización de la ética y de las conveniencias sociales”[22]. Este desinterés en la ética, que toma forma en la ironía, da cuenta de una actitud desvergonzada. Acá, la desvergüenza no es hipócrita, a diferencia del cinismo de Duque. Trump niega abiertamente el cambio climático y se burla de las alarmas de los científicos. Asimismo, revela un desinterés por los efectos que este tiene en el Sur Global y en las futuras generaciones. Este desinterés está ligado a lo que Samantha Vice ha llamado el desentendimiento moral [moral disengagement]. Trump parece no dejarse afectar por los efectos devastadores que el cambio climático puede tener. Así, la insolencia y la desvergüenza cierran la posibilidad de una vida moral con otros. La moralidad no sólo está ligada a la relación directa con otras personas (efectos inmediatos de la acción), sino con las personas del Sur Global y las generaciones futuras (efectos lejanos de la acción), quienes pagan o pagarán el costo del calentamiento global de forma más clara[23].


§ III: Cinismo y maldad


Hasta ahora hemos explorado la distinción e interacción de los espectros del negacionismo climático y el cinismo ambiental. También presentamos al menos tres sentidos distintos en que es usado el cinismo en el contexto de la conversación académica y pública sobre la crisis ambiental. Ahora bien, quisiéramos centrarnos en el último sentido del cinismo que presentamos: la desvergüenza. En esta figura vemos un tipo de maldad que vale la pena analizar, pues no se habla mucho de ella en la literatura sobre el cinismo contemporáneo. Para esto quisiéramos, de la mano de David Harvey, traer un memorando atribuido a Lant Pritchett (economista del MIT quien trabajó para el banco mundial de 1988 al 2007) y firmado por Lawrence Summers (economista de Harvard, quien en ese momento era líder del Banco Mundial)[3] que fue filtrado por periodistas de The Economist en 1992. Aunque el memorando es extenso, nos parece oportuno citarlo completo:


Just between you and me, shouldn’t the World Bank be encouraging more migration of the dirty industries to the LDC’s [less-developed countries]? I can think of three reasons:
1) The measurement of the costs of health-impairing pollution depends on the foregone earnings from increased morbidity and mortality. From this point of view a given amount of health-impairing pollution should be done in the county with the lowest cost, which will be the country with the lowest wages. I think the economic logic behind dumping a load of toxic waste in the lowest-wage country is impeccable and we should face up to that.
2) The costs of pollution are likely to be non-linear as the initial increments of pollution probably have very low cost. I’ve always thought that under-polluted countries in Africa are vastly under-polluted; their [air pollution] is probably vastly inefficiently low compared to Los Angeles or Mexico City. Only the lamentable facts that so much pollution is generated by non-tradable industries (transport, electrical generation) and that the unit transport costs of solid waste are so high prevent world welfare-enhancing trade in air pollution and waste.
3) The demand for a clean environment for aesthetic and health reasons is likely to have a very high income elasticity. The concern over an agent that causes one in a million change in the odds of prostate cancer is obviously going to be much higher in a country where people survive to get prostate cancer than in a country where under-5 mortality is 200 per thousand. Also, much of the concern over industrial atmosphere discharge is about visibility of particulates. These discharges may have little direct health impact. Clearly trade in goods that embody esthetic pollution concerns could be welfare enhancing. While production is mobile the consumption of pretty air is a non-tradable.

En el memorando se pone en evidencia una forma casi caricaturesca de necropolítica. El economista que se cree capaz de juzgar cuánto vale la vida de quienes habitamos el Sur Global y cómo debe verse, sentirse y vivirse nuestro ambiente nos recuerda a las palabras de Oscar Wilde al describir al cínico como “un hombre que conoce el precio de todo y el valor de nada”. Summer y Princhett son cínicos desvergonzados en la medida en que su forma de valorar los lleva a justificar, a través de argumentos económicos, acciones con consecuencias que son éticamente reprochables. En el memorando es muy clara cuál es la forma de valorar de los economistas. Estos parten de unos axiomas concretos, entre ellos la reducción de todo valor al valor de cambio, el crecimiento y acumulación del capital, y la gestión y mitigación de toda externalidad únicamente en virtud de sus posibles impactos económicos. La aplicación de estos axiomas, llevada hasta sus últimas consecuencias, adquiere la forma de la desvergüenza al justificar –a través de una lógica utilitarista– la condena a muerte de poblaciones humanas, especies no-humanas y ecosistemas enteros.


Vemos entonces, en este tipo de cinismo, un exceso en las formas de valoración del economista que se traduce en crueldad y maldad. En el memorando no hay desconocimiento ni ignorancia, hay un claro reconocimiento de los efectos que este tipo de políticas podría traer. Lant Pritchett no se lamenta por las posibles muertes, pues su única preocupación es el costo o la imposibilidad técnica de llevar este proyecto a cabo. El memorando inicia con la precaución “acá entre nosotros”, es decir, advierte que hablará de algo que no debe ser público. Esto refleja un claro reconocimiento de las implicaciones ético-políticas de lo ahí dicho. Acá vale la pena preguntarse por qué, si Summers y Pritchett reconocen que hay algo de problemático en su correspondencia, de igual modo insisten en la migración de las industrias tóxicas al tercer mundo. Lo que refleja el pensamiento de estas personas es una forma de valoración particular, en la que es más relevante el rédito económico que la vida de las personas, los ecosistemas y las especies no-humanas que podrían verse afectadas por esta política.


Asimismo, es importante notar la desvergüenza en la respuesta de Summers y Pritchett, quienes ante la polémica, se excusaron diciendo que el memorando era irónico y que la culpa de la polémica era de los periodistas que estaban en una campaña de desprestigio en contra del Banco Mundial. Juzgar si esta es una respuesta satisfactoria escapa el alcance de este ensayo, pero sí nos llama la atención que esta es una respuesta típica de un cínico, pues parte de la desconfianza en los intereses de otros (en este caso de los periodistas).


Uno podría intuir que Summers y Pritchett actúan y valoran banalmente. Acá consideramos que es importante retomar el pensamiento de Hannah Arendt, que da pistas importantes a la hora de caracterizar las formas de crueldad y maldad en el mundo moderno. Su concepto de “banalidad del mal” surgió cuando ella asistió al juicio del teniente coronel de la SS Adolf Eichmann. Ahí, sostiene la filósofa, se encontró con un hombre aparentemente normal, un nuevo tipo de criminal que no es sádico, diabólico o malintencionado. “Eichmann no era un Yago ni era un Macbeth, y nada pudo estar más lejos de sus intenciones que resultar un villano, al decir de Ricardo III. Eichmann carecía de motivos salvo aquellos demostrados por su extraordinaria diligencia en orden a su personal progreso. Y, en sí misma, tal diligencia no era criminal”[24]. Ella vio en él “el resultado de los fenómenos burocráticos y tecnológicos propios de la modernidad” (68). En su acción no había intención de maldad. Eichmann “era simplemente un individuo que se había vuelto incapaz de distinguir el bien del mal”. Su trabajo se había vuelto un mero hábito. Nos parece fundamental reconocer que Arendt no sostiene que la banalidad del mal exime de la responsabilidad personal[25], pues el totalitarismo no absorbe por completo la espontaneidad. Aún así, es una reflexión que es fundamental para estudiar los engranajes que producen crueldad. En este orden de ideas, Summers y Pritchett podrían parecer cercanos a Eichmann en la medida en que pertenecen a la misma casta de burócratas que operan exclusivamente a través de la lógica del buen funcionamiento de los engranajes del sistema al que pertenecen.


Ahora bien, nosotros no compartimos la intuición de encasillar a Summers y Princhett en la figura del burócrata banal. La banalidad del mal, para Arendt, se produce en un mundo que, al estar plagado de burocracias, dificulta el pensamiento. El pensamiento para la autora es un movimiento que no termina y siempre está abierto. Este opera a través del recuerdo, el contar historias y la imaginación para desestabilizar la opinión (doxa)[26]. Sócrates es una figura especialmente importante para caracterizar lo que significa pensar según Arendt, pues la terapia socrática convierte a los ciudadanos en personas pensantes. Con su dialéctica, Sócrates exige a sus interlocutores dar cuenta de sí mismos y, en este proceso, disloca aquello que ellos creen; esta posibilidad le es velada a Eichmann. Sobre esto Arendt nos dice:


Para expresarlo en palabras llanas, podemos decir que Eichmann, sencillamente, no supo jamás lo que hacía. Y fue precisamente esta falta de imaginación lo que le permitió, en el curso de varios meses estar frente al judío alemán encargado de efectuar el interrogatorio policial en Jerusalen, y hablarle con el corazón en la mano explicándole una y otra vez las razones por las que tan solo pudo alcanzzar el grado de teniente coronel de las SS, y que ninguna culpa tenía él de no haber sido ascendido a superiores rangos.[27]

Así, el problema de Eichmann no es que fuera estúpido, sino la simple irreflexión. Esto fue lo que lo predispuso a convertirse en el mayor criminal de su tiempo. Para Arendt, el problema fundamental en Eichmann fue su falta de imaginación, y como lo decíamos antes, la imaginación es una parte fundamental del pensamiento. Ahora, este no es el caso de Summers y Princhett. El ejercicio del memorando citado es, fundamentalmente, uno de imaginación del mundo en la medida en que se propone diseñar cómo debe ser. En el Just between you and me, se refleja un claro conocimiento de lo que ahí está en juego. Ellos, a diferencia de Eichmann, sí parecen reflexionar, pues hay un reconocimiento de algunos efectos del traslado de las industrias contaminantes. Ahora, lo fundamental acá es que, para los funcionarios del Banco Mundial, no parece haber una imposibilidad de pensamiento del mismo orden de la que sí está claramente presente bajo el totalitarismo del Reich.


§IV: Conclusión


En este texto articulamos y describimos algunos sentidos del uso del término cinismo en la discusión sobre el cambio climático. Durante la última sección del texto hicimos especial hincapié en la forma como cierto cinismo ambiental puede ser caracterizado como una actitud macabra. Este nos parece el principal aporte de nuestro texto en la medida en que es una dimensión del cinismo que es omitida a menudo en los usos del término en la discusión ambiental. Ahora bien, nos parece importante reconocer los límites de tal relación, pues no nos comprometemos con que haya algo esencial en el cinismo que lo haga necesariamente macabro. Hay cinismos ambientales que son, a su vez, banales. Un ejemplo de ellos puede ser el segundo sentido de cinismo que caracterizamos anteriormente: el cínico que no ve salida al problema. Este tipo de cinismo parece producir un cierre a la imaginación que impide el pensamiento y la acción. Ahora, este cierre a la imaginación no es fortuito, es producto de condiciones sociopolíticas que parecen saturar la realidad y las posibilidades futuras. Es en este sentido que sostenemos que hay un tipo de banalidad en ciertas configuraciones del cinismo.


Quisiéramos entonces cerrar señalando una cuestión que queda abierta en nuestra caracterización del cinismo a través de lo banal y lo macabro, pero que va más allá de lo que nos interesaba hacer en este texto: esbozar una taxonomía del cinismo ambiental. Como ya sostuvimos anteriormente, el cierre del pensamiento es lo que produce formas de banalidad del mal. El pensamiento parte del recuerdo y la imaginación para la desestabilización de la opinión, es decir, de alguna manera, el pensamiento implica una sensibilidad particular. Esta sensibilidad busca justamente, al desestabilizar la doxa, producir una apertura que permite la transformación. En este sentido, el pensamiento parece ser un posible antídoto para contrarrestar aquello que Sloterdijk ha llamado el nuevo malestar de la cultura.


[1] “Las muertes y problemas que desacreditan al ministro de Ambiente” Diario Criterio. 12 de abril de 2022. Recuperado de: https://diariocriterio.com/ministro-de-ambiente-sobre-lideres-ambientales/ el 29 de mayo de 2022. [2] Trino de Iván Cepeda. 20 de septiembre de 2021. Recuperado de: https://twitter.com/ivancepedacast/status/1440129708037914628 el 29 de mayo de 2022. [3] Galvis, Juan D. “Cinismo e hipocresía ambiental”. Diario del Sur. Recuperado de: https://diariodelsur.com.co/opinion/cinismo-e-hipocresia-ambiental el 29 de mayo de 2022. [4] Björnberg, K. E., Karlsson, M., Gilek, M., & Hansson, S. O. (2017). Climate and environmental science denial: A review of the scientific literature published in 1990–2015. Journal of Cleaner Production, 167, 229–241. https://doi.org/10.1016/j.jclepro.2017.08.066 [5] Lomborg es un ejemplo paradigmático de esto, pues él se refiere a sí mismo como un ambientalista escéptico (skeptical environmentalist). Lomborg, B. (2001). The Skeptical Environmentalist: Measuring the Real State of the World (Reprint ed.). Cambridge University Press. [6] Björnberg, Climate and environmental science denial. [7] Nosotros sabemos que el medio ambiente no se encuentra en buen estado. Es por esto que ha sido posible que las personas hagan afirmaciones erradas [...] sin la necesidad de proveer evidencia que las sostenga. Debido a esto, tendemos a ser extremadamente escépticos sobre cualquiera que diga que el medio ambiente no está en tan mal estado. [Traducción propia] [8] Esclarecer quiénes son los negacionistas del cambio climático escapa a los intereses de este ensayo, pues no se les puede atribuir una identidad unitaria. Entre ellos se encuentran políticos en ambos espectros ideológicos, científicos que hacen investigación financiada por entidades privadas, civiles que desconfían en la ciencia como institución, y muchos otros. [9] Meyer, R. Enero 20 de 2019. “There’s Snow on TV, so Trump’s Tweeting About Climate Change” Recuperado de: https://www.theatlantic.com/science/archive/2019/01/its-cold-so-trump-is-doubting-climate-change/580885/ el 29 de mayo de 2022. [10] “Tenga cuidado quedándose en casa” él dijo. “Una gran parte del país está sufriendo de cantidades tremendas de nieve y temperaturas cercanas al récord de las más frías. Es increíble lo grande que es este sistema. Tal vez no estaría tan mal un poco del buen calentamiento global en este momento.” [Traducción propia] [11] Traducción propia. Jaques, P. 2009. Environmental Skepticism: Ecology, power and public life. Farnham:Ashgate. [12] La distinción entre cinismo y negacionismo obedece a señalar que la primera es una dimensión más amplia. Es cierto tipo de cinismo porque, como veremos, hay un sentido en que la palabra cinismo es usada como remplazo del negacionismo, pero esto no agota todos los significados de la palabra. Hay cinismos ambientales que, por el contrario, no son compatibles con el negacionismo. En virtud de esto merece la pena distinguirlo. [13] Vice, Samantha. 2011. “Cynicism and Morality.” Ethic Theory Moral Practice 14: 169–184 [14] La OED define a un cínico como “una persona dispuesta a criticar o encontrar fallas; por lo general muestra una disposición a desconfiar en la sinceridad o bondad de las motivaciones y acciones humanas, y esto lo suele expresar a través de burlas o sarcasmo; un criticón burlón.” [Traducción propia]. [15] Oreskes, N., & Conway, E. M. (2010). Merchants of Doubt: How a Handful of Scientists Obscured the Truth on Issues from Tobacco Smoke to Global Warming (1.a ed.). Bloomsbury Pub Plc USA. [16] Aunque en otro sentido que será caracterizado más adelante. [17] Riesel, R. & Semprun, J. (2022). CATASTROFISMO, ADMINISTRACION DEL DESASTRE Y SUMISION SOSTEN. Pepitas de calabaza. 15 [18] Latour, B., & Dilon, A. (2017). Cara a cara con el planeta. Siglo Veintiuno Editores Argentina S.A. [19] Vice. “Cynicism and Morality”. [20] Sloterdijk, P. 2003. Crítica de la razón cínica. Siruela. 38 [21] Haraway, D. 2016. Staying With the Trouble. Durham and London: Duke University Press. 3 [22] Sloterdijk, P. Crítica de la razón cínica. 38 [23] Hans Jonas en El Principio de Responsabilidad establece la distinción entre efectos inmediatos y efectos lejanos de la acción. Una ética para el futuro es justamente la que tiene en cuenta las posibles consecuencias lejanas de la acción técnica a través de la heurística del miedo. Nos parece que esta distinción es útil en este punto del argumento porque nos permite señalar que hay personas afectadas por nuestro actuar en relación al clima que no están siendo consideradas éticamente por el cínico. [24] Arendt, Hannah. 2010 [1963] Eichmann en Jerusalén. Bogotá: Penguin Random House. 417 [25] Arendt distingue la responsabilidad personal de la responsabilidad colectiva. Es por esto que un “juicio simbólico” del Nacional Socialismo encarnado por un sujeto individual le incomoda. Para ella, no debe existir la culpabilidad colectiva, pues cuando todos son culpables nadie se responsabiliza. [26] Bernstein, R. J. (2000). Arendt on thinking. The Cambridge Companion to Hannah Arendt, 277–292. https://doi.org/10.1017/ccol0521641985.015 [27] Arendt, Eichmann en Jerusalén, 418, el énfasis es nuestro.




Laura Mejia, mejor conocida como Lalo, es estudiante de pregrado en Antropología y Filosofía en la Universidad de los Andes. Actualmente está trabajando en su tesis de grado sobre ruinas geológicas y sociales en Chinchiná (Caldas).

Nicolás Hernandez Díaz es filósofo de la Universidad de los Andes y cursa la Maestría en Filosofía en la misma universidad. Además, es co-fundador y miembro del comité editorial de Revista Micelio.




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